lunes, 29 de diciembre de 2014

El Deber de Reconectarnos por Cristian Warnken

El deber de reconectarnos

En Francia, Alemania y otros países de Europa se está hablando del "derecho a desconectarse".  Muchos empleados y ejecutivos presentan altos índices de estrés y angustia, por el uso indiscriminado de sus celulares y computadores, incluso después de la jornada laboral. 
Se han dado cuenta de que se han convertido en esclavos a tiempo completo, y están apagando sus aparatos, por lo menos después del trabajo. 
Los chilenos, en cambio, en nuestra relación con la tecnología parecemos "niños con juguete nuevo". Es cada vez más difícil encontrar personas "desconectadas" de sus adminículos virtuales, prolongaciones artificiales y algo narcisistas de ellos mismos. 
Es frecuente ver en una reunión familiar o social a los comensales subsumidos en sus pantallas o " whatssapeando ". Están pero no están. Parecen haber huido del riesgo y desafío que supone una relación cara a cara, de cuerpo presente.

¿Estamos de verdad más conectados que antes, o en realidad hemos sido hechizados por un simulacro de hipercomunicación altamente adictivo? No podemos todavía contestar con certeza esta y otras preguntas que van surgiendo a medida que la tecnología irrumpe con rapidez vertiginosa en nuestras vidas, pero por lo menos no deberíamos dejar de hacerlas. 
Para las nuevas generaciones resulta impensable una vida sin tecnología, pero nadie se ha preocupado por fortalecer su capacidad para continuar siendo libres ante ella, decidiendo cuánto espacio y tiempo de sus vidas debe ocupar, y cuándo deben dejar de usarla. 
Heidegger -que no llegó a conocer los celulares ni los actuales computadores- dijo que la gran tarea humana en la era técnica sería la de cultivar un temple interior que permitiera tener una actitud de "desasimiento" ante ella. No se trata de caer en un fundamentalismo antitecnología, porque esta ha enriquecido de manera notable muchos ámbitos de nuestra existencia. Pero lo que no puede suceder es que nos convirtamos, sin darnos cuenta, en esclavos de ella.
El problema no es la tecnología en sí misma, sino el uso o abuso de ella. Y la historia humana nos ha mostrado con qué facilidad el hombre, y especialmente las masas, se entregan como rebaño a cualquier alienación interior y exterior que se les ofrezca. Marx nos hizo ver en el siglo XIX cómo el trabajo podía alienar al hombre. 
Necesitamos con urgencia una reflexión que devele esta nueva posible forma de alienación que se vislumbra en el horizonte del siglo XXI. Los educadores también debieran pensar en esto. La moda de llevar la tecnología a la sala de clases no debiera desviar a los profesores de su misión principal, que es formar a hombres y mujeres libres, pensantes, críticos, capaces de conectarse con su interioridad, esa dimensión en gran parte inexplorada que hoy cobra más relevancia que nunca.
Muchos padres parecen haber claudicado de su tarea de educar y se han resignado a que sus hijos, "nativos digitales", se conviertan en "esclavos digitales". Es preocupante ver a niños o adolescentes que antes corrían o jugaban a la pelota en las plazas, encerrados en sus piezas frente a sus pantallas, y pocas veces frente a sí mismos y los otros. 
No basta el derecho a desconectarse. Debiéramos alentar el deber de reconectarnos con lo que los griegos llamaron psyché , y otros "alma" o mundo interior, para que no se cumpla la estremecedora profecía de Nietzsche: "El desierto avanza, ¡ay del que en su alma alberga desiertos!"
Mi esperanza es que, saturados de una excesiva dependencia o adicción a lo técnico, nos volvamos algún día nostálgicos de los encuentros "reales", del silencio y del sagrado vacío, que no es lo mismo que el desierto, sino lo contrario de él.

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