jueves, 10 de enero de 2013

Invasión a Panamá: Materia para No Olvidar





Como nuestro aporte para recordar los lamentables sucesos del 20 de diciembre de 1989, cuando el Ejército de los Estados Unidos invadió nuestro país PanamáMirada de Nuchu publica un texto que no conocíamos de Milcíades Pinzón Rodríguez. 
El testimonio, que ha circulado por los correos electrónicos, queda en este blog registrado. Como el propio autor ha escrito no es un texto que relata la invasión desde una mirada de la  “zona de tránsito…sino sobre la experiencia que se vivió en la región de Azuero, en la Provincia de Los Santos, para ser más preciso”. El testimonio data de enero de  1990 y, aunque relata las patéticas imágenes de un pueblo enajenado e ingenuo que aplaudía a los soldados gringos a su paso, también es una crítica que ahora muchos deberían reflexionar.

Otro testimonio con pinceladas de una crónica es un texto del escritor Rafael Ruiloba que es, a la vez, una reflexión sobre los sucesos del 20 de diciembre. También inédita y que queremos rescatar.
También publicamos dos poemas:  Uno de Dimas Lidio Pitty. El poema, Nuevamente la muerte, fue escrito en México el 22 de diciembre de 1989. Es un breve inventario desgarrador donde el hablante lírico se rasga las ropas a través de un recorrido que sintetiza este hecho histórico en donde la bota yanqui ha dejado sólo dolor y miseria. El otro poema es de la autoría de Pedro Rivera, Ojo de tigre, un texto que rescata la imagen de la mujer y la enmarca como un protagonista clave en la tragedia del 20 de diciembre. Tal vez el poema más conmovedor que hemos leído donde la mujer es héroe.

Por último, hacemos una breve compilación de algunos enlaces que hemos recibido en estos días sobre el tema de la Invasión y otros que hemos navegado en la red por ser muy valiosos. Hay mucho más, lo sabemos, pero es una muestra representativa que brinda la posibilidad para investigar, sobre todo para los estudiantes y, desde luego, para todos los investigadores. CF
LA INVASIÓN EN AZUERO
Hace poco visité la ciudad de Panamá. Por algún recóndito motivo me negaba, quizás inconscientemente, a presenciar lo que quedaba del lugar que Amelia Denis de Icaza dijera que "al pisarlo un extraño se secó". Mientras el "Inazún" recorría el puente de Las Américas, meditaba sobre esa otra parte de Panamá que es Azuero.
Pienso que, como a otros panameños, nos han quedado huellas imborrables de aquel funesto 20 de diciembre. Y es que todos, en una u otra forma, hemos pasado por el trauma de la invasión. Por acá, por este interior de techos de tejas mustias y campanarios blancos, los sucesos no tuvieron el dramatismo de El Chorrillo; no obstante, vivimos hechos denigrantes como los que te voy a relatar.
Fue en uno de esos pueblitos nuestros que duermen su siesta de siglos. En aquella ocasión, después de la invasión, conducía mi vehículo y me disponía a realizar unas visitas. Cerca, a pocos menos de seis kilómetros, divisé un avión gigante, de esos que ya nos estábamos acostumbrando a verlos merodeando por los suelos azuerenses. Reduje la velocidad y pude mirar algunos helicópteros volando en círculo sobre el poblado. Y, entonces, en la entrada del pueblo, decenas de soldados vestidos de verde olivo, rostros pintados y moderno arsenal bélico, se movían con sus ridículos camuflajes por las cunetas de las calles.
En el silencio de ese mediodía nefasto, el pisar insistente de las botas se mezclaba con el sonido de las hojas secas de los árboles de teca. Detuve el auto y por un instante pensé que estaba frente a la pantalla chica viendo Misión del deber (Tour of Duty). No, me equivocaba, estaba en presencia de la versión panameña de "Just Cause". Realmente lo que tenía frente a mí no eran vietnamitas, sino orejanos en masa aplaudiendo el paso de los "triunfadores", de una invasión que en Azuero no tuvo contendores. Recorrí el poblado y presencié el mismo espectáculo denigrante de una nación donde sus hijos aplauden el paso de un ejército que no es el suyo. Esas cosas nunca se olvidarán; como se mantendrá fiel en mi memoria lo que presencié esa noche, aunque con distintos actores.
Todo sucedió frente a un establecimiento comercial donde algunos paisanos, para obsequiar a los insólitos visitantes, compraban cartones de cigarrillos y litros y litros de Coca-Cola. Recordé a la Malinche y a Anayansi. Y allí, ante mis ojos desorbitados, debajo de un frondoso árbol, la gente rodeaba a un gringo, como se observa a un mono en un circo, como podría extrañarse un terrícola frente a un desconocido habitante de un planeta ignoto. Sí, la turba aplaudía el más mínimo gesto del Cantinflas del Tío Sam; porque el increíble gringo no era otra cosa que un enajenado puertorriqueño; es decir, un latinoamericano enviado a matar a sus hermanos.
Vi a gente de todo tipo: educadores, agricultores, amas de casa, niños, jóvenes y ancianos disfrutando de la nueva atracción de nuestro Macondo provincial. Fueron los mismos habitantes que corrieron al estadio distrital para ver bajar y subir helicópteros en una noche con un cielo lleno de estrellas. De todo se presenció; desde las salomas y gritos campesinos, hasta el parroquiano que introdujo su camión de transporte de reses para ver, desde las alturas de la carrocería, la llegada de los dioses que descendían del Olimpo.
Fue un espectáculo digno de la mejor novela de García Márquez. Como en el caso de aquéllos que, en el clímax de la enajenación, izaron la bandera de la barra y las estrellas sobre un árbol cercano al lugar en donde la noche anterior presenciamos las imágenes de realismo mágico que ya te narré. Desde entonces, ocasionalmente, los helicópteros se detenían o daban vueltas sobre la copa del árbol para ver flamear su emblema nacional sobre las áridas tierras de la región más productora de tomate.
Así fueron las cosas sobre nuestros soleados campos azuerenses. Nosotros no tuvimos un Chorrillo, pero sí la certeza de que algunos panameños, de la ciudad o del campo, hace ya largo tiempo fueron invadidos con la más perniciosa de todas las invasiones: la de sus mentes. Hombre y mujeres que se niegan a sí mismos e ingenuamente siguen pensando que hicieron lo correcto. Por eso, una gran tarea se impone para las próximas décadas; a saber, la valoración de nuestra cultura y el fortalecimiento del Estado Nación. Y no se trata de que uno sea antinada, o posea tendencias xenofóbicas. Se trata, simplemente, de que se es panameño. Así de sencillo.

Hace 23 años
Testimonio del escritor Rafael Ruiloba
Hace 23 años fui capturado como prisionero de guerra, en Gamboa, donde vivía.  Lo trágico es que esa es la metáfora de nuestra historia, y ese es él baldón oscuro de nuestra modernidad. Ese día comprendí la profunda división de la sociedad panameña, incubada desde 1903. Escribí un libro de cuentos para representar esos hechos Vienen de Panamá (Un verso de Lope de Vega) Y una novela MANOSANTA. Por suerte aún conservo fotos de los tanques del US ARMY rodeando mi casa. También recuerdo el llanto de mi vecina porque por culpa nuestra su familia podía morir ametrallada, como era la costumbre del ejército invasor.  Desde un gimnasio donde estaba detenido observé una batería de morteros atacar la ciudad, (eran 25) y pensé en  los muertos que podían causar cada bomba. Cuando salí vi en el cementerio de en la ex Zona del Canal, todavía bajo la jurisdicción de  USA,  varias fosas comunes abiertas por una pala mecánica para enterrar  muchos cuerpos envueltos en una sabana blanca o metidos en cajetas de cartón. En esa sabana blanca y en esas cajetas aún está enterrada nuestra conciencia nacional. 
Muchos celebraban la victoria del US Army como su victoria, porque muchos confundieron la dictadura con la nación, y la muerte de miles de panameños con la esencia de su victoria. Otros se sintieron justificados por las tropelías que cometieron durante la dictadura, porque el fin violento del régimen los justificaba o ocultó parte de su responsabilidad en los hechos.  Por eso  yo no miro el pasado, sino los efectos que tiene  ese trance histórico, en el presente,  del cual salió  un modelo de democracia corrupta porque aún seguimos teniendo La Constitución y el Modelo Social de esa época,  porque cada facción de la oligarquía nacional, cada tribu económica, cuando llegan al poder son Noriegas  civiles, sin parecerse a él y sin correr el riesgo de su predecesor. Otros de los efectos fue borrar de la conciencia nuestra unidad nacional, porque el ciudadano padece el síndrome del Chorrillo, el barrio  mártir,  nadie quiere ser como él, en ese época las barriadas se armaron para que los de la resistencia no entraran a sus barrios por temor a ser bombardeados  o destruidos como el Chorrillo. Las armas de las Fuerzas de Defensa que quedaron formaron  la delincuencia actual o fueron comerciadas hacia Colombia, etcétera, etcétera, por el eso el 20 de diciembre no es la tragedia del pasado, sino la del presente.

LA MUERTE

Por Dimas Lidio Pitty
México, 22 de diciembre de 1989
                                                           A la memoria de mi madre, Tomasa,
                                                           que nació un día como hoy
Nuevamente la muerte está en mi casa
Con fusiles y tanques
                            nuevamente
Con aviones y rockets
                            nuevamente
Sus manos pálidas
sus ojos turbios
ensucian lo que tocan o miran
Sus pies de hierro
abren cráteres en las calles
y la noche tiembla y se incendia
Los niños mueren gritando
los ancianos en silencio
las mujeres en el punto
donde la ternura se detiene
El cielo es como fango ahora
el mar no es azul
y la vida es una pústula en el alba
en el día
en la larga noche de las bombas
¿Quién cae
quién llora maldice y se levanta
aferrado a su patria
a su ciudad
al humo
a la sangre
a las ganas de vivir
para arrebatarle a la muerte otra victoria?
Las tierras de México
de Cuba
de Nicaragua
de Haití
de Dominicana
y de Granada
han sabido de esto
Y en la mía no se borra el pasado
ni el presente
ni el futuro
Un tiempo y otro están allí
una piel y otra están allí
una mano y otra están allí
en el centro de América
en mi casa
donde la muerte no puede contra la vida.
                                    

OJO DE TIGRE
Por Pedro Rivera

Esta mujer vive intensamente las noticias familiares
las noticias que sus amigos le transmiten por teléfono
la gota de agua que escapa de los grifos
los ruidos de carcacha de su auto eternamente roto
la pérdida del diente de un sobrino suyo, el asma ajena,
las precipitadas caídas al infierno cotidiano.
Egoísta, impredecible (en eso se parece mucho al mar)
y como el mar hermosamente humana y solitaria.

Alguna vez,
el tiempo nos atrapa a los dos en una esquina de diciembre
azota nuestros rostros hasta congelarnos la sonrisa.
El planeta se llena de negatividad, de desamparo, de noticias tristes.
 De pronto el mundo se llena de ruidos extraños:
de aviones, obuses, aves que escalan montañas
(los vecinos señalan con el dedo
al paso de las tropas extranjeras).
La utopía -vino añejado en bodegas crepusculares-
escapa de la botella. (También la bestia del zoológico
rompen los candados que la aherrojan al proyecto humano).

 Sin embargo, todo lo comparte conmigo esta mujer, todo,
la carta que nunca escribo, su casa tomada por espejos,
los viajes al fondo de la sangre, a la verdad de anguila,
la que de tanto repetirse se gastó en la almohada.

El día que los pájaros del amor dejan de volar,
y cavan túneles debajo de la tierra
para anidar polluelos de miedo en las tumbas colectivas
está conmigo para compartir
la poca muerte que nos queda por morir.
Compartir los centavos, el miedo al miedo,
la luna de queso en una fonda del camino
la macintosh, el microsoft word y el pagemaker
los marañones licuados con las yemas del dolor.

Esta mujer comparte conmigo hasta el hijo que no tuvimos nunca,
la soledad, la muerte, la guerra de las guerras,
el sonido lejano de aviones y helicópteros
bombardeando las casas de madera,
los paisajes de mi infancia en la bahía,
los sueños amputados con ferocidad imperial
los recuerdos de arena arrastrados por olas de violencia,
la copa de odio derramada en la patria que amo.

A nadie en el mundo amo más que a esta mujer.
Ella es una y todas las mujeres, síntesis
de defectos y virtudes, la suma infinita
de génesis e historia, de beso y argamasa,
la fe que nunca tuve, el miedo que tutela mi honra,
el capítulo final de una novela de misterio
un poema como lluvia o rocío metálico
que tiene ganas de océano y maremoto.
Más que mujer amada: amada compañera.
Mejor que esposa o madre,
o lo que es lo mismo: creadora de diminutos universos
y sueños de nunca nunca, de medievales infortunios
trotando en la cabalgadura de un Quijote elemental.



Fuente: http://miradadenuchu.blogspot.com/search?updated-min=2012-01-01T00:00:00-08:00&updated-max=2013-01-01T00:00:00-08:00&max-results=10
http://www.mondoexplorer.com/guia-de-panama/neighborhoods/el-canal-de-panama1.php



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