miércoles, 30 de enero de 2013

Chile: Camisa de Seda, Camiseta de Gangocho


Por Periodista,
hombre de radio y ex conductor de televisión.
La palabra siútico es una exclusividad chilena que define al que imita, trepa, trata de acercarse al de arriba, y al respecto no le importa tanto ser como parecer. Pues bien, en una reciente reunión de grandes empresarios, tal como ha sucedido desde hace ya más de una década, se nos ha vuelto a decir que dentro de poco podríamos integrarnos al club de los países desarrollados. Que sólo nos faltarían tres o cuatro mil dólares de ingreso para poder decirlo a pesar de que, al margen del excelente nivel de vida del pequeño grupo que lo proclama, el resto de nuestra población vendría a ser, mayoritariamente, algo así como la parentela pobre que el siútico trata de ocultar. 


Porque para esa vasta mayoría la educación, fundamental en cualquier pretensión de desarrollo, es no sólo deficiente sino un factor de discriminación social lejos de lo que corresponde a un país desarrollado. La televisión a que tiene acceso, la que no se paga, en vez de elevar el nivel cultural enseña cada día más vulgaridad. Las empresas privadas que venden seguros de salud —eso son las Isapres—, aunque un buen negocio para sus dueños, protegen bien sólo a las personas sanas.


La inmensa cantidad de dinero que los asalariados del país envían mensualmente a las AFP se traduce en apetecidos sueldos para sus ejecutivos y grandes fondos para empresas e inversiones, pero su retorno en pensiones de vejez —que, se supone, es su razón de ser— para la mayoría de los que pusieron el dinero se pronostica paupérrimo. El derecho a huelga, como se entiende en la OCDE, no existe. Y por decencia no comparemos las cifras de desocupados con la actual Europa en crisis mientras la angustia con que se vive en muchos empleos acá, tanto por lo precario de su continuidad como por su baja remuneración, los haga comparables con una situación de cesantía allá. 


Es ese afán de exhibir constantemente el traje de marca que esperamos lucir en el club de los ricos mientras nuestra ropa interior continúa siendo de feria libre lo que nos sitúa al borde de la siutiquería. Porque todo lo anteriormente descrito, así como la vergonzosa desigualdad que bastaría para descalificarnos en cuanto país desarrollado, no va desaparecer por encanto cuando la de por sí engañosa cifra de ingreso nacional promedio aumente en tres o cuatro mil dólares per cápita anuales. 

En algo tan básico como la vivienda, si consideramos los requisitos de aislamiento térmico y acústico, calidad de marcos, chapas, grifería y sistema de calefacción, por lo menos un setenta por ciento de las viviendas del país no resistiría la prueba. En transporte, a pesar de que todavía queda una completa red ferroviaria como herencia del siglo veinte BMF (Before Milton Friedman), no tenemos trenes uniendo el país. Y si bien desde hace una década disponemos, bienvenidas sean, de carreteras pavimentadas con doble vía en cada sentido, ciertamente no se trata de autopistas.


Aquí y allá hay tramos de 10 o 20 kilómetros que calificarían como tales, pero en total no sumarán más de unos 200 kilómetros en todo el país. El resto, a veces con vendedores de cebollines, dulces chilenos y frutillas agitando paños a la vera del camino, o familias enteras con guaguas, niños y perros cruzando a voluntad, aunque conservan un pintoresco toque folklórico muy nuestro, en estricto rigor está muy lejos de cumplir los requisitos de una “autobahn” o una “freeway”. Como tampoco resiste comparación el estado del pavimento en veredas y calles de múltiples ciudades de provincia o muchos sectores de Santiago, y la cantidad de perros vagos que deambulan por ellas. 

¿Somos lo peor, entonces? Desde luego que no. Lejos de eso. Somos un país de la clase media mundial que, de acuerdo a sus posibilidades, ha realizado considerables, en algunos casos encomiables, progresos. Y no tiene nada de malo destacarlo. Es ese afán de exhibir constantemente el traje de marca que esperamos lucir en el club de los ricos mientras nuestra ropa interior continúa siendo de feria libre lo que nos sitúa al borde de la siutiquería. Porque todo lo anteriormente descrito, así como la vergonzosa desigualdad que bastaría para descalificarnos en cuanto país desarrollado, no va desaparecer por encanto cuando la de por sí engañosa cifra de ingreso nacional promedio aumente en tres o cuatro mil dólares per cápita anuales. 



Ser una sociedad desarrollada no es un mero problema de números. Con esas y otras tareas pendientes, siendo realistas, aún con un alto crecimiento económico acompañado por rigurosos planes de integración social —que no tenemos— y una más equitativa distribución del ingreso, pertenecer al mundo desarrollado debería tomarnos bastante más de una década.

Fuente: http://www.elmostrador.cl/opinion/2013/01/28/chile-camisa-de-seda-camiseta-de-gangocho/?utm_source=rss&utm_medium=feed&utm_campaign=RSS

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